jueves, 8 de septiembre de 2016

Café con Lena Katina: el día que nuestra cantante charló con la ex-vocalista de t.A.T.u.

Imagina que un día te llaman por teléfono y te dicen que vas a entrevistar a la cantante de uno de los grupos pop más célebres de las últimas décadas. Te avisan de un día para otro: es imposible decir que no. Mar recibió esa llamada de Lorenzo, nuestro manager, quien, con su campechanía característica, nos apercibió a los demás: «El 1 de Julio os robo a Mar. Me la llevo a un acto promocional». Así fue como nuestra cantante hizo su primera entrevista a una artista famosa, en concreto, Lena Katina, más conocida en España como «la pelirroja de las t.A.T.u.»


Efectivamente, la ex-vocalista de t.A.T.u., que presentaría en Madrid su primer disco en español, era una de las invitadas de lujo en la fiesta del Orgullo Gay. 

Quien haya visitado la capital a esas alturas del año, conoce el sol de justicia, la ilusión de espejos que el calor crea sobre el asfalto y la bofetada de cuarenta grados al salir del coche. En medio de tan asfixiante mediodía, caminaba Mar por la calle Príncipe de Vergara, sufriendo el efecto de unos vaqueros que ocultaban, mal que bien, unas medias blancas muy llamativas. Se ve que el conjunto elegido especialmente para la ocasión era demasiado extravagante para caminar entre ciudadanos de a pie.

«¿Quién me mandaría a mí meterme en estos compromisos? ¿Yo, que sólo quería ser profesora?» Rondaban estos pensamientos por la cabeza de Mar cuando, al llegar ante la oficina de Lorenzo, se halló sola, sin nadie que le abriera la puerta ni le ayudara a recoger ciertos papelitos que, por efecto de un traspiés, habían volado de su bolsillo al suelo: eran las notas que, con letra de desequilibrada, había garabateado nuestra cantante para orientarse en la entrevista. «No te cortes en absoluto con las cuestiones», había recomendado Lorenzo, «hazle preguntas comprometidas».

No tardó en presentarse un chico que también quería entrevistar a Lena: un fan de t.A.T.u. tan sumamente entregado que había estudiado ruso por ellas. A él también se le había recomendado hacer preguntas peliagudas, siendo tal su estado de nervios que Mar, a su lado, aparentaba la serenidad de una veterana periodista. A continuación, apareció una joven, guitarra al hombro, que deseaba tocar unos temas con la diva y, tras unos minutos que parecieron dilatarse como manecillas en un cuadro de Dalí, llegó por fin Lorenzo. Comienza la organización del espacio y el tiempo para la entrevista.


Una vez más, Mar se mira a sí misma y piensa en lo extraño de su aspecto, con más ahínco si cabe en esta ocasión, ya que Lena, la estrella, acaba de entrar por la puerta, vestida con ropa de lo más normal y haciendo gala de un trato cercano –a la par que exquisito– que la aleja del aura sobrenatural que confieren los escenarios. Cuando, al terminar de cantar con la guitarrista, ésta se disculpa por sus errores, Lena la tranquiliza: «Yo también la he pifiado en muchos sitios. No te preocupes, todos somos humanos». Y, cuando le llega el turno a Mar, nuestra cantante se da cuenta de que Lena también tiene preguntas para ella. ¡Sorpresa!


Tan sólo la melena roja, impecable, le da a la ex-vocalista de t.A.T.u. un punto de deidad, de persona con poderes especiales. Y también el sencillo cortejo que la acompaña: un inglés muy tímido que parece su manager y una intérprete que, al igual que el otro candidato a entrevistar, ha estudiado ruso por t.A.T.u.

Durante la conversación, Lena Katina habla de lo difícil que es convivir con la fama, especialmente si sucede como en el caso de t.A.T.u., que se hicieron conocidas de la noche a la mañana, siendo aún menores de edad. El síndrome de rockstars les afectó hasta tal punto que ambas artistas se comportaban con desdén hacia sus allegados, mostrándose groseras, incluso. Sus padres, por fortuna, intervinieron a tiempo: «¿A qué viene ese comportamiento? ¿Por qué sois tan descorteses con los demás?» La charla debió de dar buen resultado, pues la Lena adulta que conocimos era profundamente comedida, muy correcta cuando se le hacían preguntas delicadas.

«Miradlas», nos decía Lorenzo meses después, mientras veíamos el vídeo, «parecen dos amigas tomando café», y en su rostro se dibujaba la satisfacción de alguien que ha conseguido un pedacito de Olimpo para un artista de su roster. De hecho, la charla con café imaginario duró tanto tiempo que al otro candidato no le dio tiempo a hacer su entrevista. «¿Tú crees, Mar, que tengo buen acento?», preguntó Lena en un punto de la conversación. Para entonces, el calor asfixiante había dejado de agobiar a Mar, la extravagancia de su original conjunto se había convertido en elegancia y el tiempo nunca más volvió a dilatarse como los relojes en un lienzo de Dalí.

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