martes, 10 de abril de 2018

Oráculos II: El último peldaño de la infancia

Viene de:
Oráculos I: el desafío del jardín geométrico

A través del jardín geométrico, deshacía su andadura la pequeña Mar Souan. No llevaba el animal musical en sus brazos. Como todas las decisiones acertadas, la suya sabía amarga al principio y llenaba su alma de inseguridades. Anhelaba el calor de la criatura, su tupido pelaje bajo los dedos.

La irrupción de una lluvia fina sacó a Mar de sus cavilaciones. Advirtió de pronto que la penumbra envolvía los tilos e intuyó ―creyó intuir― que, en alguna opulenta estancia, profesores y compañeros de clase vivirían momentos de angustia por no encontrar a la niña perdida. Tal vez su nueva vocación estaba a punto de naufragar ya desde el principio, sólo por aquel acto irresponsable que bien podría acarrearle la expulsión del coro.


Casi sin aliento, subió Mar por la escalera de mármol. Cabría pensar que al final de la misma encontraría el grueso acceso al vestíbulo, las ventanas con losanges de colores, el clásico mayordomo de cine ―y esto ya es un cliché― que, con rancio acento, entonaría:
     ―Gracias a Dios, ha aparecido.
     Sin embargo, el último peldaño nos hace viajar con Mar en el tiempo. La escalera termina en un escenario donde los demás miembros de Neverend ocupan ya sus puestos. Han pasado quince años en un suspiro y, por primera vez, cumplimos el ritual de juntar nuestros cinco puños antes de lanzarnos a las tablas. Desde entonces, la ceremonia se ha repetido mil veces, siempre con el alma henchida de inquietudes, siempre con la misma frase de Javier, obscena pero entrañable.

Cada vez que una banda emerge de la materia oscura, un panorama de angostas salas y sombríos suburbios se desvela ante la misma. Es el circuito inicial, cuyos escenarios ―en caso de haberlos― albergarán sus primeros pasos. Para nosotros, fue una experiencia inquietante debutar en un espacio semejante a un gran tablero de ajedrez: desde la pista, losas negras y blancas nos retaban a defender nuestra propuesta, ya fuera como peones, como reyes… o encaramados quizás en lo alto de una torre.

     ―Hace tiempo se despertó una bestia de un sueño de eternidad ―con estas palabras, arrancó el reto en vivo. Obligado es advertir que no se trata de una frase traducida: efectivamente, el español fue el idioma de nuestras primeras letras.

Más singular que la idiosincrasia de estos locales suburbanos, es una parte del público que a ellos acude. Por detrás del muro formado por tus amigos y familiares, surgen las figuras de seres solitarios, de actrices y actores de barrio, de reputados críticos callejeros y eruditos proletarios, siempre deseosos de caer en la noche y abrazar sus múltiples peligros. Alguno de ellos se ha colado en el backstage para aconsejarte:
     ―Yo estuve donde ahora estás tú ―te dice, y entonces te fijas en las manchas de grasa de motor que aún se adhieren a sus dedos.
    ―Los mismísimos Sonic Youth… ―el erudito te ha invitado a una copa―. Incluso los mismísimos Sonic Youth, que dinamitan los esquemas clásicos de melodía y armonía, mantienen la parte rítmica de la batería, porque ese lado primitivo del corazón humano no concibe un mundo sin ritmo.
     Es posible que un tercer personaje se acerque, hurgue en la conversación y se marche, poco después, sin pagar lo que ha bebido.

Fue al concluir ese primer concierto cuando Mar tuvo una segunda revelación. Aun hallándose de espaldas y a punto de abandonar el local, reconoció nuestra cantante al oráculo, la mujer de edad inestimable, la de las grises hebras de cabello. Movida por una inquietud muy antigua, cuyo recuerdo había casi desaparecido, corrió Mar a su encuentro.
     ―Veo que has tratado bien al otro animal, al que de verdad sabías educar ―pronunció la mujer después de girarse.

Nadie podría referir a ciencia cierta la breve conversación que mantuvieron Mar y aquella sabia enigmática, de cuyas ropas aún se desprendía una esencia de tierra húmeda. Los demás integrantes de Neverend presenciamos tan sólo el acertijo final:
     ―Vais a lograr grandes cosas, pero no será en este idioma.
   Su atuendo de trabajo, la luz turbia y un cuadro donde constaban, en forma de árbol genealógico, las distintas corrientes del arte abstracto, otorgaron un dramatismo innecesario a aquella frase, de modo que en el grupo pensamos que se trataba de uno de tantos personajes vacíos que vagan por los extrarradios, en busca de reconocimiento. Sin embargo, algo cambió en nuestro parecer cuando Mar trató de seguir, en vano, a su interlocutora.

Una vez más, la sublime pastora se había esfumado. Nuestra vocalista permaneció largos minutos en la calle, escrutando cada esquina, dejándose hipnotizar por el gruñido de máquinas que aún funcionaban en lo profundo de una fábrica. Bajo los cipreses de una glorieta creyó ver una hilera de pavos reales y sólo volvió en sí cuando una lluvia fina le humedeció el cabello, que por aquel entonces era negro.