miércoles, 18 de enero de 2017

Cinco horas con Marillion: viaje al corazón del laberinto

Desde que Jorge salvó al cantante de The Mars Volta de caer al foso de la Riviera, un aire de rock progresivo se ha ido colando por los resquicios de Neverend. Si bien no somos una banda que practique dicho estilo, aquella mano tendida en el momento justo pareció contagiarse de un cierto hechizo, una suerte de encantamiento con el cual, los norteamericanos darían las gracias a nuestro guitarrista por haber salvado su actuación.

Consciente de esta sutil afinidad, Lorenzo, nuestro mánager, no perdió la oportunidad de ponernos en contacto con dos personas significativas dentro de la escena progresiva británica: Steve Hogarth y Steve Rothery, parte esencial de los veteranos Marillion, que recalaban en España para promocionar su último disco «FEAR (Fuck Everybody And Run)».


Todavía rondan en la cabeza de Mar las notas solemnes de este trabajo cuando, a las 9.30 de una mañana de otoño, atraviesa el umbral de un hotel de la calle Alcalá: un edificio de aristas gélidas e interiores pulcros, la viva demostración de que no se puede aparentar lujo y sobriedad a un tiempo sin enrarecer el ambiente.

Un primer café con Lorenzo y Luis Manuel, promotor literario y amigo de Neverend, es el pistoletazo de salida para un día no tan cargado como estas tazas que, recién servidas, humean sobre la caoba. Mar recuerda el café intrincado de sus tiempos de estudiante en Siena: sus compañeras de apartamento lo preparaban de forma que podías mascar los trocitos de café a cada sorbo. Desde entonces, sólo toma té.

Lo bueno de relacionarse con artistas es que la normalidad del día a día se quiebra con sus excentricidades. Así, cuando la cotidianidad de este vestíbulo de hotel comienza a resultar opresiva, aparecen Rothery y Hogarth para hacerla saltar por los aires. 

El primero es guitarrista de la banda desde los tiempos en que ésta se bautizó con un nombre muy tolkenianoSilmarillion. Su calma, su timidez sosegada, contrastan con la locura ―entrañable― de su compañero. Y es que Hogarth, sin perder la indispensable elegancia, se muestra como poseído por un frenesí que lo asemeja a una suerte de duendecillo; un personaje mitológico que, a pesar de su liviandad, siempre está ahí para sacarle al héroe las castañas del fuego.
―Permíteme que alabe tu corte de pelo, Mar ―dice el duende y actual vocalista de Marillion antes de pedir un café. El resto de los presentes, por empatizar, pide su segunda taza.


Durante la entrevista, Marillion nos hablan de la canción «New Kings» y sus implicaciones políticas. Los «nuevos reyes» a los que apelan las letras de esta extensa suite no son sino las multinacionales y los bancos. Como cabía esperar, sale a colación el tema del Brexit:
―Es una pesadilla ―sentencia Hogarth antes de pedir otro café. El resto de los presentes, por empatizar, pide su tercera taza.

Dada la simpatía del cantante de Marillion y la afabilidad de su guitarrista, la entrevista acaba por alargarse. Así, con el tiempo encima, los presentes han de partir a toda velocidad para atender un sinfín de entrevistas de radio: LH Radio, Mariskal Rock, Canal Extremadura… La misión de Mar en todas ellas es valerse de su bilingüismo para hacer de intérprete entre el locutor y los músicos.

Los momentos fuera de antena dan pie a conversaciones más o menos eruditas sobre referencias musicales, pinceladas de esto o lo otro, este o aquel disco de culto y, por supuesto, el Brexit. En Mariskal Rock Radio, Mar rompe sin querer el molde de la conversación al comentar que algunas partes del disco le recuerdan a una escena de «Dentro del laberinto»: aquélla en la que David Bowie entona «Within You» rodeado de escaleras que no llevan a ninguna parte, de corredores que precipitan al transeúnte al vacío. 

Según escucha esto, Steve Rothery no puede disimular las líneas de perplejidad en el rostro. Con su habitual afabilidad, cuenta cómo una sutil presencia le acompañó durante la composición de los temas del disco: era la del propio Bowie, que se le representaba en la mente y le inspiraba nuevos pasajes. Aún se hallaba enfrascado en el proceso de grabación cuando le llegó la triste noticia: el camaleón del rock había muerto.


Nos es imposible contar aquí todas las anécdotas de una mañana tan intensa: los nervios de Pedro Barroso por entrevistar a sus ídolos en su programa de Canal Extremadura Radio, la periodista que se solidariza con Mar al darse cuenta de que son las únicas mujeres en una sala atestada de medios ―«¡Sororidad, Mar!»― o el momento en que Steve Hogarth se encapricha de unos patitos de plástico, diseñados para sostener los menús de un restaurante asiático.

Tras rogar en vano a los camareros que le obsequien con uno de estos patitos, el cantante pide un café para bajar la comida. El resto de los presentes, movido no tanto por la empatía como por la costumbre, pide su novena taza.

Lo bueno de estos días, tan cargados como el café en una residencia de estudiantes, es que se tiene la sensación de haber hecho cosas muy fructíferas: nuevos amigos, nuevas anécdotas que contar, nuevos pinitos en el duro arte de la traducción simultánea… Mar piensa en ello una vez se ha quedado sola, momentos después de despedirse de todo el mundo. Piensa también en Bowie, en Prince, en todos los grandes músicos que nos han dejado el último año, tan pronto y tan de repente.

De forma inesperada, una llamada desde el interior del hotel interrumpe sus reflexiones: la recepcionista agita en su mano una botella de vino de Rioja, un regalo que los chicos de Marillion han olvidado. Ni corta ni perezosa, Mar agarra la botella y corre detrás del coche en marcha en el que los británicos se dirigen al aeropuerto. Un milagro del destino, tal vez un semáforo en rojo, propicia que el automóvil se detenga y, tras la negrura de una de las lunas, aparezca el rostro sonriente de Steve Hogarth.
―Oh, Mar! Thanks a lot!

En la película «Dentro del laberinto» hay otra escena en la que un personaje, liviano pero crucial, aparece para aconsejar a una jovencísima Jennifer Connelly: ella cree que no se encuentra en un laberinto, sino en una avenida que sigue y sigue sin parar. Este personaje, un gusano de un color muy vivo, le sugiere que no dé las cosas por sentadas, pues las múltiples entradas al laberinto están abiertas allí mismo, en los muros, aunque ella no las vea.

Hay algo muy revelador en esta escena. Cuántas veces nos habremos lanzado a un desastre seguro por hacer las cosas mal, por pensar que sólo había que seguir el camino recto en lugar de buscar la entrada del laberinto e internarse en él. A veces, tenemos la suerte de que una voz nos para los pies en el momento oportuno: un amigo, un mánager, alguien en un papel parecido al del gusano de la película o quizás el hechizo que tu ídolo te lanzó a cambio de salvar su actuación ―y quien dice actuación, dice botella de Rioja. ¿Por qué no?

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