Muchas bandas de rock nóveles –y no tan nóveles– que luchan por hacerse visibles, contemplan cotidianamente la necesidad de participar en diversos concursos musicales; certámenes que enfrentan a unos grupos contra otros por un premio más o menos interesante. Las condiciones de estos encuentros suelen consistir en adaptar el repertorio a un tiempo comprendido entre los treinta y los cuarenta y cinco minutos, conseguir reunir ante las tablas a un mínimo de cuarenta seguidores y compartir escenario con otras tres o cuatro formaciones.
En nuestro caso, la motivación para participar en un concurso, más que las promesas de lograr la ansiada recompensa, recae en la oportunidad de tocar en salas interesantes, la promoción derivada del concurso, los medios de comunicación que convoca y, en definitiva, la posible difusión de nuestra música.
© Sofía Boriosi |
Fue así que un cálido día de Mayo tocamos en una primera fase. La velada requirió el viaje transpirenaico de nuestra cantante Mar Souan, que en aquel momento vivía en París y que, dicho sea de paso, pensó que esa pequeña molestia en su garganta no sobreviviría al clima seco de la España continental. Craso error. Una especie de epidemia parecía haberse gestado en las laringes de los vocalistas participantes en el concurso, disculpándose tres de las cuatro bandas por la voz algo tocada, que no desastrada, de sus cantantes.
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El resultado fue un gran concierto y una velada fantástica en la que entablamos, por si fuera poco, una entrañable amistad con alguna de las otras bandas. Este último factor tira un poco por tierra el presunto afán de competitividad entre grupos; una competitividad que, para nosotros, no tiene mucho sentido, pues la unión hace la fuerza.
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